A Luís le encantaba la música. Desde muy pequeño le había fascinado oír las melodías en cualquier lugar. Soñaba con música, vivía con música. Desde hacía un mes era el chico más feliz de la tierra. Le habían regalado la soñada flauta por su treceavo cumpleaños.
Su querido instrumento se había convertido en su inseparable compañero. Iba con él todo el día. Sabía que tenía que ser prudente y solamente la hacía sonar cuando no había nadie cerca. Era muy cuidadoso en no molestar a nadie. No quería que le regañaran por ello y quedarse sin su tesoro.
Su vida dió un giro inesperado cuando se enteró que el profesor de música de la escuela iba a dar clases particulares de forma gratuita. Lo había anunciado en el colegio: "Cada miércoles por la tarde a partir de las 5 voy a dar clases de música gratuitamente. Si alguien quiere apuntarse que pase por casa". Esas palabras resonaban con ilusión e impaciencia en la mente de Luís desde esa mañana. Contaba las horas, los minutos, los segundos que faltaban para acabar el colegio. Tenía que llegar cuanto antes a casa del profesor. "Que bien, ahora sabré tocar mejor la flauta. Me enseñará nuevas canciones...", se repetía a sí mismo.
Llegó la hora de salir de la escuela. Se fue raudo a casa. Sabía que antes de ir a casa del profesor tenía que recibir el permiso de su madre. Le costó más de la cuenta. Tuvo que aceptar la condición de aprobar todas las asignaturas y la de limpiar el jardín cada Sábado. Sobretodo lo segundo era una condición muy exigente, pero aprender música era un estímulo demasiado importante para él.
Salió a toda velocidad de casa, enfiló la cuesta que separaba su casa de la del profesor. No recordaba nunca haber corrido tan rápido. Los pies no le tocaban el suelo, la respiración se le entrecortaba. Estaba extasiado de felicidad.
Llegó a la casa, era imponente. Una gran puerta de color negro presidía la entrada principal. Buscó el timbre pero no lo encontró. En su lugar había un enorme picaporte en el centro de la puerta. Lo cogió con fuerza y golpeo dos veces:
- Toc-toc- sonó.
En unos segundos se abrió la puerta y apareció el profesor de música. A él no lo conocía, ya que aún le faltaba dos años para que pudiera tener la asignatura, pero no tendría que esperar esos eternos dos años...ahora la podría tener desde ya!.
-¿Si?- preguntó el profesor.
- Vengo a apuntarme a las clases de música- contestó con energía y decisión Luís.
- Pues bien que lo siento....- sorprendió el profesor.
- ¿?
- Ya tengo llena la clase. Han venido ya 10 chicos y la verdad es que ya son demasiados. Lo siento pero no te puedo aceptar.
Y cerró la puerta delante de Lluís. Estaba paralizado. No se podía creer lo que estaba escuchando. ¡Se había quedado sin clases de música!. La desolación le hizo aparecer una lágrima en el rostro, después otra, después otra, y otra y muchas más. La ilusión de su vida se había esfumado en un segundo. Dio media vuelta, acarició con cariño y suavidad a su amiga la flauta y emprendió camino a su casa, cabizbajo entre sollozos..
- ¿Que haces aquí?- le preguntó su madre con sorpresa al verlo.
- La clase ya estaba llena y no me han cogido.
Su madre sonrió y acariciando su negro cabello le dijo:
- ¡ Luís, has de luchar por lo que quieres!
"¿Que quiere decir mamá con esto?", se preguntó. "Siempre con estas cosas de mayores...". Y se fue a hacer sus deberes. Era un chico aplicado, simpático y un punto travieso a la vez. Por eso todo el mundo lo apreciaba.
A la semana que viene, al acabar el colegio, volvió a la casa del profesor de música. Pensó que igual algunos de los alumnos del primer día no volverían. Tenía la esperanza que alguno causaría baja.
Llamó dos veces al picaporte. Esta vez con más suavidad y timidez. Apareció el profesor.
- Buenas tardes Sr. Profesor, ¿Puedo tener sitio en su clase?
- Ya te dije que tengo las plazas llenas.
Y cerró la puerta. Otra vez se había quedado sin clase. Toda la semana había aguantado con la esperanza de que alguno de los alumnos renunciaría a su plaza. Eso le había mantenido con ganas y fuerzas desde el Miércoles pasado. Pero era en vano.
Cuando volvió casa se lo explicó a su madre. Y ella volvió a repetir:
- ¡Luís has de luchar por lo que quieres!.
"Otra vez con estas cosas raras...", volvió a pensar Luís. Realmente su madre no entendía lo que estaba pasando.
Al tercer Miércoles volvió para ver si había alguna baja. La misma respuesta del profesor y la misma frase de su madre.
Al cuarto Miércoles volvió y lo mismo.
Al quinto Miércoles,,... Su madre estaba ocupada y no podía pasar a buscarlo, por lo que tenía que ir a casa en solitario. Pensó que era mejor pasar primero por casa del profesor. Tendría la misma respuesta pero algo dentro de él le hacía perseverar en ir a probar. Se había acostumbrado a ir cada Miércoles y aunque sabía la respuesta no perdía la esperanza.
Era más pronto de lo habitual, por lo que seguro que sería el primero. Esto le despertaba aún más esperanzas. Golpeó el picaporte como siempre. La puerta se abrió y salió el profesor. Y esta vez le dijo:
- ¡Otra vez tu!...Pues mira , ahora que estas aquí- La esperanza se abrió para Luís. No le había dicho que no...- ¿Me quieres ayudar?
"Ehh? que?...el profesor me pide ayuda?...No me va a decir que no!". El corazón palpitaba con toda la fuerza del mundo. Se había quedado mudo de golpe.
- ¿Me ayudas o qué?- le inquirió el profesor.
- Si,si, si claro.
- Pasa.
La casa era muy agradable, había olor a romero, la lumbre del fuego hacía que al temperatura fuera perfecta, una música suave salía del salón principal. "Seguro que hoy por fin tengo clase de música. ¡Qué bien!", se dijo Luís nervioso. No cabía en su cuerpo de gozo y excitación.
- Se me ha caido la cortina y antes de que vengan los alumnos la tengo que colgar. ¿Me ayudas?- Comentó el profesor.
A Luís se le heló la sangre. "El profesor quiere que le ayude con una cortina...."
- Si claro- balbuceó.
La colgaron en apenas unos segundos. Y el profesor le dió las gracias y después de acompañarlo a la puerta lo despidió. Cuando estaba a punto de cerrarla, le preguntó:
- Por cierto muchacho ¿Cómo te llamas?.
- Luís Perea Andrés.
- Gracias y Adiós Luís.
Luís estaba atónito, paralizado. Sentía en ese momento unos sentimientos encontrados. Por un lado había podido entrar en su soñada "escuela de música". La había visto por dentro. ¡Que bonita!. Y por otro estaba desolado; Había tenido cerca la opción de ser uno alumno más y no había podido ser. Se había quedado , como siempre, con la puerta cerrada delante de sus narices.
Pasó toda la semana siguiente con la esperanza de que los favores que había hecho al profesor le servirían para que lo aceptara. "Seguro que le he ablandado. Además ahora me concoe. Sabe mi nombre", se fue animando a lo largo de toda la semana.
Acudió al sexto Miércoles. Animado y féliz, cogió el picaporte y lo golpeó contra la puerta. Alguna cosa dentro de él le decía que ese sería un día muy importante. Salió el profesor y al verle le sonrió:
- Hola Luís.
- Hola profesor.
- Lo siento Luís pero ya sabes que no tengo plazas. De verdad que lo siento.
Que desilusión tan grande que se había vuelto a llevar. La sonrisa del profesor, el hecho que le llamara por su nombre le había devuelto la esperanza. Pero no. Las cosas estaban igual. O peor, la coletilla "de verdad que lo siento", era un augurio definitivo. Ya no había nada que hacer. Su sueño se había acabado. Después de seis semanas, de ayudarle a colgar la cortina, de que supiera que era él Luís...no habían servido para nada... Volvió a casa. Su madre alegre estaba como siempre preparando la cena. Y otra vez le volvió a repetir, una vez más, aquello de:
- ¡Luís has de luchar por lo que quieres!
Pero esta vez Luís no iba a pasar por alto el comentario. Y le preguntó:
- ¿Mama? ¿Que quieres decir con que he de luchar por lo que quiero?. ¿Que quiere decir con esto de luchar? ¿Quieres decir que me tengo que pelear?.- inquirió Luís a su madre.
- No no te has de pelear con nadie por lo que quieres- Sonrió su madre sorprendida por el alud de preguntas- Luís, ¿Que es lo que más te gustar hacer?
- Aprender música, aprender música.
- Vale. lo sé!. Pues luchar es pensar que puedes hacer para que eso pase. ¿Estabas dispuesto a limpiar el jardín de casa por la música? ¿no?.
- Si.- respondió Luís después de un largo silencio. Odiaba el jardín y todos los trabajos que su madre le hacía hacer para mantenerlo.
-Y yo sé que no te gusta nada hacerlo. ¿no?.
- Nada.
-Pues eso que estabas dispuesto a hacer cosas que no te gustan para poder hacer cosas que te gustan.
Lo entendió pero no sabía como aquello podía hacer que el profesor cambiara de idea.
Llegó el séptimo Miércoles. Ya casi hacía dos meses que cada semana recibía la respuesta negativa y el golpe emocional del cierre de la puerta. Esta vez igual. El profesor, recordando su nombre volvió a decirle que no tenía plazas. Ese era el peor momento de la semana, de su vida. Una enorme tristeza le invadía su interior y a pesar de que ya llevaba semanas, cada semana lloraba de rabia e impotencia. Suerte que su amiga la flauta, compañera fiel, estaba con él. Después de cada portazo, se sentaba en el mismo banco del parque camino de casa y practicaba con perseverancia. No sabía si lo hacía bien o mal, pero los sonidos eran su calmante. Llegaba al banco con el alma rota y las notas de su flauta le sanaban.
Llegó el octavo Miércoles. Otra vez camino de la clase de música. Luís perseverante y sin perder la ilusión que algún día tendría un profesor de música, se encaminó hacia la puerta de la casa. No se había fijado de que la casa tenía un gran jardín. Era casi el doble del de su casa. Estaba un poco desarreglado. "Si Mamá viera este jardín seguro que me mandaba a limpiarlo y cortar el césped. Arreglar estos setos tan mal cortados, a barrer los caminos....". Realmente le faltaban las manos de su madre. Se podría mejorar y mucho.
Toc toc. El profesor abrió la puerta como cada semana y como cada semana le repitió lo mismo.
Luís, herido otra vez en su interior, partió hacia su banco, mirando de nuevo ese jardín lleno de maleza y con evidentes signos de descuido.
Esa noche se acordó de la conversación que mantuvo con su madre hacía ya varias semanas. Y de repente le vino una idea a la cabeza. Una idea genial. La pena es que tuviera que esperar toda la semana para volver a ser Miércoles. Al día siguiente, al salir de la escuela se fue directamente a casa del profesor. Tenía una estrategia y la quería llevar a cabo. No podía esperar.
Luís corrió, incluso más que el primer Miércoles. Cogió el picaporte con más fuerza que nunca. El toc toc resonó dentro de la casa. Se oyó al profesor:
- ¿Quien golepa la puerta de esta forma?- exclamó con ira.
"Bien el profesor está en casa", se dijo Luís con ilusión. Al abrir la puerta la cara del profesor fue de sorpresa:
- Ahh, Luís eres tu!!. Pero si hoy no es Miércoles.
- Si,si,si, ya lo sé Sr. Profesor...-contestó con muchos nervios Luís. Su idea hervía en su cabeza.
- ¿Que quieres?.
- Quiero que me dé clases de música.
- Si ya me lo dices todos los Miércoles y ya sabes que estamos completos.
- Si,si,si...Ya lo sé. Pero quiero proponerle algo.
- ¿Si?- preguntó el profesor con curiosidad.
- Si le limpio el jardín una vez a la semana me haría clases de música.
- No, las cosas no funcionan así...No tengo tiempo para hacer más clases.
Y el profesor de nuevo dio por concluida la conversación. Se despidió de Luís y cerró la puerta como era ya habitual. Luís se quedó helado. Otra vez, la enésima...Había sido su última oportunidad. Había hecho caso a su madre. Había ofrecido lo que le gustaba menos a cambio de lo que le gustaba más, y...¡Ni caso!. No entendía a los mayores.
Volvió a casa con tristeza y su madre de nuevo repitió la fatídica frase. Pero esta vez Luís no le prestó ninguna atención. Cogió la flauta y volvió a su banco del parque. Allí estuvo por más de una hora, tocando una nota trás otra. Una nota sonó muy mal y eso le molestó. "Seguro que el profesor me hubiera ayudado a aprender a no desafinar. Que pena...", se consoló a sí mismo. Pero de repente una nueva idea le vino a la mente. "Si claro, luchar", se dijo sonriendo.
Ese Sábado se levantó muy temprano, cogió todas las herramientas del jardín y dos horas más tarde Luís se encontraba con el picaporte entre sus manos golpeando la puerta del profesor de música.
- Buenos días Sr. Profesor. Hoy no le pido que me haga una clase de música, aunque es lo que más me gustaría en el mundo. Solamente le quería hacer un regalo. Que pase Ud un buen día.- Le dijo a la carrerilla sin dejar al profesor decirle ni una palabra.
Una vez Luís estaba lejos de la casa del profesor se tocó en su flanco derecho acariciando su estimada flauta. Aunque sabía que ese día y al menos por los próximos tres no podría tocarla. Las ampollas que le habían salido en los dedos después de podar, cortar, barrer, segar... el jardín del profesor, se lo iban a impedir.
- ¡Luís!- le llamó su madre.
- ¡Que quieres mamá?- le contestó desde la cama de su habitación. Estaba agotado. No podía con su cuerpo. Le dolía todo.
- Ven un momento. Rápido.
- Vale...- Dijo levantandose de un sobreesfuerzo.
Cuando bajó a la cocina se quedó helado. Algo inesperado estaba ocurriendo. ¡Allí estaba, hablando y riendo con su madre!,¡Allí estaba en su casa!, ¡Era imposible!, ¡Era un sueño!
- Luís- le dijo el profesor- ¿Cuando empezamos la clase?
Se fue veloz en busca de su flauta. Ya no le dolía nada, ya ni notaba las enormes ampollas de sus dedos. Había luchado por lo que quería...si, si o también!