Me lo contaron así, y así lo recuerdo y lo escribo.
Se trata de un caso real, en el que no es importante el nombre de las personas, sino lo que cuenta la historia.
Se trata de una persona que estaba en un centro geriátrico. Cada mañana durante más de tres años Juan había visto como aquel hombre visitaba a su mujer.
La mujer se mantenía en un estado vegetativo. No hablaba, no se movía y tenía que tener asistencia para todo. A pesar de que el centro prestaba toda la atención del Mundo, que cuidaba con cariño a todos las personas hospedadas, el hombre venía cada mañana, cada día, hiciera sol, nevara, lloviera, fuera fiesta, Navidad o Nochevieja, siempre allí sin falta. La cuidaba, la aseaba, la peinaba, la maquillaba, la vestía, la arreglaba, le hablaba, le daba amor y cariño.
Durante tres largos años Juan había sido testigo de la puntualidad de ese hombre. De su continuidad…
Un día Juan se atrevió, después de tres años de intentarlo, a decirle:
- ¿Cómo es que Ud no falla nunca?¿Como es que Ud. viene, sin falta, a cuidar a su mujer?. Pero si ella no se entera de nada. Seguro que ni tan siquiera sabe quien es Ud.
El hombre se sorprendió de que aquella persona pasiva le hablara, después de tres años cruzandose solamente un escueto y educado “Buenos días” y un “Buenas tardes”. La miró con serenidad y le contestó:
- Si es verdad que ella ya no reconoce a nadie pero yo si a ella.